El GP de Bahréin comenzó con una sanción fugaz a Lando Norris por colocarse mal en el cajetín de la salida. Max Verstappen, avispado, se chivó por la radio y la Federación Internacional de Automovilismo se percató rápido: penalización de cinco segundos de manual. Así se entendieron mejor los primeros metros frenéticos del McLaren del piloto inglés, que avanzó del sexto puesto al tercero en apenas un sector con el neumático blando.
Al cabo de unas 10 vueltas, comenzó la oleada de paradas, y es que el C3 de color rojo aguantó poco para la mayoría de la parrilla. Si el Red Bull RB21 ya iba mal, los problemas se intensificaron para Verstappen y Tsunoda: el semáforo rojo del pit de los de Milton Keynes ralentizó la primera parada del neerlandés y japonés, precipitándose ambos en la tabla de posiciones.
Un inicio de carrera divertido con diversidad estratégica y más degradación de la prevista, a pesar de que Pirelli trajera la gama de compuestos más dura a Sakhir. Solo en el primer tercio de la carrera se presenció en el desierto bahreiní más espectáculo que en los Grandes Premios de China y Japón unidos. Y es que, queramos o no, el Circuito Internacional de Bahréin siempre ha ofrecido entretenimiento, por mucho que el país arábigo destaque por su carencia de cultura automovilística.
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