Más del 80% de los estudiantes venezolanos de primaria y bachillerato no entienden lo que leen ni logran operaciones básicas de matemática. No estamos ante un rezago escolar. Estamos ante el colapso del aprendizaje.

Este no es solo un problema educativo: es un drama nacional silencioso que amenaza con romper el tejido social y arrasar con nuestro futuro.

Una generación sin educación es una generación sin herramientas para vivir, decidir ni defender sus derechos.

La escuela pública, que fue orgullo y ascenso social, hoy sobrevive sin agua, sin maestros, sin libros, sin esperanza. Y aun así, sigue siendo el único refugio para millones.

Callar esta tragedia es normalizar la exclusión.
Reparar el sistema educativo no es una opción técnica, es una urgencia moral y un mandato político.

Sin educación no hay ciudadanía. Sin educación no hay país.