El pasado abril se cumplieron 10 años de la muerte del premio Nobel de literatura Gabriel García Márquez. Uno de los colombianos más universales con una vida real tan mágica como sus obras literarias.
El 6 de marzo de 1927 nació en Aracataca, Magdalena, un niño como cualquier otro pero muy distinto a los demás: Gabriel García Márquez.
Aracataca es un pequeño municipio en el norte de Colombia que muchos confunden o asimilan con Macondo, un pueblo creado en la inagotable imaginación de Gabo, o Gabito como lo apodaron sus padres y amigos desde la infancia. Allí transcurrieron muchas de sus historias y obras literarias más conocidas, entre ellas la que le dio el reconocimiento mundial: Cien años de soledad.
Historias que seguramente seguirán contándose por muchos años tras la muerte del escritor, el 17 de abril de 2014, a sus 87 años.
A García Márquez siempre le gustó que lo reconocieran y lo recordaran como el hijo del telegrafista de Aracataca, lo que revela parte de su carácter, humildad y grandeza.
Sus padres, Gabriel Eligio García y su madre, Luisa Santiaga Márquez, lo dejaron desde muy niño al cuidado de su abuelo el coronel Nicolás Márquez y su esposa Tranquilina Iguarán. El veterano de guerra fue uno de los primeros en despertar en Gabo la pasión por las historias, los cuentos, el periodismo y la literatura.
Doña Tranquilina Iguarán tenía dificultades visuales. Pero las maravillosas historias, fábulas y leyendas que le contaba a su nieto, muchas de ellas imaginarias, inspiraron gran parte de la obra del más universal de los autores colombianos.
La infancia de Gabriel García Márquez transcurrió en la costa norte, en el caribe colombiano, en medio de las necesidades propias de una familia de escasos recursos que hizo todo lo posible por brindarle una buena educación. De esas festivas y calurosas tierras llenas de encanto tropical, pasó, gracias a una beca, a estudiar en 1940 a la andina y fría ciudad de Zipaquirá, en el centro del país.
Fueron tiempos difíciles para García Márquez que, sin embargo, forjaron su estilo y su prosa.
En 1947 llegó a Bogotá a estudiar Derecho en la Universidad Nacional. Fue en esa época, marcada también por la austeridad, cuando Gabo publicó su primer cuento en el periódico El Espectador: «La tercera resignación». Allí empezaría su carrera como reportero, sin duda uno de los mejores en la historia de Colombia. Nunca se graduó de abogado, pero se inició entonces como columnista en el periódico El Universal de Cartagena.
Fue en esa misma época que Gabriel García Márquez conoció a varios de los que serían sus mejores amigos, en el llamado Grupo de Barranquilla.
Jóvenes inquietos devoradores de obras literarias, de los clásicos y los nuevos autores de la época que se reunían a hablar de lo que más les gustaba: los libros.
Vivían en eternas discusiones sobre la obra de William Faulkner, de Virginia Woolf y de Albert Camus, entre muchos otros, en un bar llamado La Cueva, que aún existe en Barranquilla. Esa época lo marcaría también como un bohemio amante de la buena música, asiduo visitante de antros de barrios y hoteles de baja categoría. Muchos de esos lugares son de común referencia en su obra literaria.
Pasada una década, a comienzos de 1950 comenzó a escribir su primera novela, que inicialmente se llamó La Casa y luego le cambió el título a La Hojarasca. Todo inspirado en su natal Aracataca, que poco a poco se iba convirtiendo ya en Macondo, y en el comienzo de una extensa producción literaria que incluye títulos como Relato de un náufrago, El coronel no tiene quien le escriba, La Mala Hora, Los funerales de la Mamá grande, El amor en los tiempos del cólera, Crónica de una muerte anunciada, El otoño del Patriarca, Vivir para contarla, entre otras.
Pero Gabo realmente llegó a su cúspide en 1967 con Cien años de soledad, su obra maestra traducida a 50 idiomas y de la que se han vendido más de 50 millones de ejemplares. En 2007, durante un homenaje de la Real Academia de la Lengua, García Márquez leyó el primer párrafo de su novela y contó una anécdota sobre cómo la escribió.
«Yo sueño que ahora las estirpes condenadas a Cien Años de Soledad, tengan una segunda oportunidad sobre la tierra», frase inolvidable del Gabo, al recibir el Premio Nobel de Literatura en Suecia. En París, por allá en el año 1985, en aquel rincón del Hotel de la Rue la Bohème, donde solíamos sentarnos los latinos que abrazamos la literatura y las artes universales, le pregunté por aquella frase al recibir el Nobel – «Inspiración del momento Manolito, inspiración de un Nobel, será», nos precisó. Al día siguiente, yo partiría hacia Moscú, como Presidente del XII Comité Internacional Preparatorio del Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, celebrado en la antigua URSS.
«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella tarde en que su padre lo llevó a conocer el hielo. No tenía idea sobre el significado y el origen de esa frase ni hacia dónde debía conducirme. Lo que hoy sé es que no dejé de escribir un solo día durante 18 días hasta que terminé el libro», explicaba el escritor.
El novelista, periodista y creador del movimiento literario conocido como el realismo mágico, viajó por el mundo y conoció muchas culturas. Lo que le sirvió para nutrir de maravillosas historias sus escritos.
Refiriéndose a una la obra cumbre de García Márquez, el expresidente Álvaro Uribe decía que «la narración de hechos históricos, de costumbres y la descripción de nuestra manera de ser tomaron en Cien años de soledad una dimensión épica. La obra de García Márquez nació porque existe el gran pueblo de Colombia que inspiró su creación».
El entonces presidente Juan Manuel Santos, quien además fue su amigo, al enterarse de su deceso escribió: «los gigantes nunca mueren», en la red social Twitter, ahora X.
García Márquez recibió el Nobel de Literatura en 1982 en Estocolmo, Suecia. Un acontecimiento que se convirtió en uno de los momentos más sublimes de la historia reciente de Colombia.
Gabo fue amigo de muchos poderosos, pero detestaba el poder. Su relación cercana al líder cubano Fidel Castro le valió muchas críticas. Pero también fue cercano a los presidentes de las últimas 6 décadas en Colombia, de expresidentes de Estados Unidos y de América Latina. De reyes y empresarios. Pero en especial fue amigo de sus colegas novelistas. Fue notoria su cercanía con el mexicano Carlos Fuentes y también sus desencuentros con el escritor peruano Mario Vargas Llosa que no pasaron del plano literario.
El rey Juan Carlos de España dijo de Gabo que “es en sí mismo, en su trayectoria creadora, un ejemplo vivo de la unidad del español en su diversidad. Una de las figuras más insignes de la literatura en español. Suyas son estas palabras: No hablemos más por separado de literatura latinoamericana y de literatura española. Sino simplemente de literatura en lengua castellana».
A Gabo le gustaba la música vallenata, de la cual disfrutaba en parrandas memorables siempre que volvía a Colombia. A donde no le gustó mucho volver fue a Aracataca, su pueblo. Quizá por las nostalgias que le provocaban los recuerdos de su infancia.
Siempre tuvo también un lugar especial para su país, aunque gran parte de su vida la pasó en México.
«En estos días he estado pensando una cosa, yo quisiera que Colombia fuera el siguiente país: La Colombia que es hoy sin las cosas malas que tiene», decía en 1992.
Gabriel García Márquez fue un hombre de pocas entrevistas. En 2004 Gabo publicó su última obra, Memoria de mis putas tristes. Ya el peso de los años y enfermedades propias de su edad le impidieron seguir publicando novelas. Sin embargo, son muchos sus escritos inéditos que guarda consigo su eterna compañera y cómplice, Mercedes Barcha, su esposa que lo acompañó siempre a todos los lugares del mundo que visitó. Que lo conoció en la carencia y en la gloria. Y que estuvo a su lado hasta el último de sus días como una protagonista más de sus novelas. Como la más fiel y amada de sus personajes. Seis años después, el 15 de agosto de 2020, su adorada Mercedes murió a los 87 años en Ciudad de México.
El pasado 6 de marzo, en el marco de los homenajes por el décimo aniversario de su muerte, se lanzó de manera póstuma su novela En agosto nos vemos. Una obra que el Nobel de Literatura nunca terminó y que, según su hijo Rodrigo García «no es tan pulido como sus grandes libros». Pero es una manera de mantener viva la memoria de uno de los más grandes escritores colombianos de todos los tiempos.
Leave A Comment