“En su primer gobierno, presidente reelecto Donald Trump, no nos fue bien. Este es un nuevo comienzo para que apostemos a ganar-ganar. Y le vaya bien a Estados Unidos, le vaya bien a Venezuela”.
El gobierno de Maduro sobrevivió a la política de máxima presión, pero la economía de Venezuela, su producción petrolera y la calidad de vida de sus ciudadanos sigue resentida por los efectos de una crisis económica que ya existía antes de las sanciones.
El aislamiento y la renovada crisis de legitimidad internacional que sufre Maduro luego de las elecciones presidenciales del pasado 28 de julio -en las que el Consejo Nacional Electoral le proclamó ganador pese a no mostrar públicamente las actas que avalaban su supuesta victoria-, también contribuyen a explicar por qué al gobernante venezolano le puede interesar tener “un nuevo comienzo” con el gobierno de Trump.
Y, aunque oficialmente la Casa Blanca lo niega, hay evidencias concretas que indican que algo está cambiando entre Washington y Caracas.
El primer indicio se produjo el pasado 31 de enero, cuando Richard Grenell, enviado de Trump para misiones especiales, viajó a Caracas para reunirse con Maduro en el Palacio de Miraflores. Era la primera vez en muchos años que un diplomático estadounidense se dejaba fotografiar junto al gobernante venezolano.
Esa noche, Grenell regresó a EE.UU. en compañía de seis estadounidenses que estaban detenidos en cárceles venezolanas, acusados de supuestos actos conspirativos, y que fueron liberados por Maduro.
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