En octubre, mientras la oscuridad descendía sobre el golfo de México, un avión turbohélice del gobierno estadounidense de la década de 1970 se acercaba al ojo del recién formado huracán Milton. Cuando llegó el primer escaneo de radar del avión por comunicaciones vía satélite, me abalancé sobre ellas y me apresuré a ponerme al aire, describiendo a los telespectadores lo que veía dentro del ciclón: una temida alineación de vórtices que señalaba las primeras fases de una rápida intensificación. En las redes sociales lo dije más claramente: “Katy, tapia la puerta, este está a punto de dar un espectáculo”
Y Milton lo hizo, fortaleciéndose a un ritmo vertiginoso en las 24 horas siguientes hasta convertirse en un monstruo de categoría 5 con vientos de 290 kilómetros por hora, el huracán más potente del golfo en casi 20 años. Pero no hubo ninguna sorpresa de octubre en la costa de Florida, porque habíamos recibido aviso de sobra de los cazadores de huracanes de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA, por su sigla en inglés), tiempo suficiente para que la población de las zonas de mayor riesgo evacuara con seguridad y los negocios se prepararan para lo peor.
Pero a medida que nos adentramos en lo que la NOAA prevé que será otra temporada activa de huracanes en el Atlántico, el gobierno de Trump y el llamado Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por su sigla en inglés) están reduciendo la agencia, que alberga al Servicio Nacional de Meteorología, a los cazadores de huracanes y muchos otros programas cruciales para los pronosticadores de huracanes. Sin el arsenal de herramientas de la NOAA y sus 6300 millones de observaciones diarias, los huracanes detectados rutinariamente de hoy podrían convertirse en los mortales huracanes sorpresa de mañana.
Llevo más de dos décadas trabajando para reducir la pérdida de vidas por huracanes, labor que ha implicado desde revolucionar la forma de predecir y alertar de las mareas tormentosas en el Centro Nacional de Huracanes hasta revisar los planes de respuesta y recuperación ante huracanes de la FEMA, pasando por guiar a los telespectadores en directo en The Weather Channel y en las emisoras del sur de Florida, propenso a los huracanes, durante decenas de ciclones. Los huracanes no son una idea lejana para los más de 60 millones de estadounidenses que viven en la zona de huracanes. Son nuestra máxima prioridad durante la temporada de huracanes del Atlántico, que va del 1 de junio al 30 de noviembre. No he visto una amenaza mayor para la ciencia meteorológica y climática que la que estamos presenciando ahora.
El daño irreparable que está causando el gobierno de Trump pondrá en peligro la red de alerta meteorológica de larga data de la nación para cientos de millones de estadounidenses en las próximas décadas. Solo es cuestión de tiempo hasta que el próximo Milton llegue a nuestras puertas, pero con nuestra inteligencia meteorológica gravemente comprometida, ¿lo sabremos?
The New York
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